Este 20 de Julio los quibdoseños marcharon por la dignidad de su pueblo.
Por: Saulo Guerrero Córdoba.
Comunicador Social – Periodista chocoano.
@Saguecor
saguecor@gmail.com
Son las 8:25 de la mañana, acabo de llegar al parque Manuel Mosquera Garcés, en compañía de mi mamá, mi hermana mayor y mi sobrino. Llevo mi bandera del chocó en la espalda, colgada como si fuera una capa de superhéroe. Mis acompañantes llevan cada uno su banderita de papel, las hicimos juntos anoche, tirados en el piso de la cocina de la casa.
En el parque Manuel Mosquera Garcés de la ciudad de Quibdó hay una multitud creciente, de todos los barrios llegan negros, indios y mestizos que aman esta tierra, dispuestos a gritar no más abandono, y a reclamar la atención del Gobierno Nacional que durante muchos años ha tratado a esta tierra como si fuera de segunda categoría.
Un muchacho mulato que está parado en una de las esquinas del Parque, le entrega hojas a todo el que pasa cerca de él. En ellas están impresas las consignas que se gritarán durante la marcha. Consignas que reclaman carreteras, hospitales, empleo, a Belén de Bajirá, respeto, atención y trato digno para el pueblo chocoano.
La mañana está fresca, hay nubes en el cielo que neutralizan el poder del sol. El clima parece estar del lado de los marchantes.
Al cabo de unos minutos se echa a andar el río de gente detrás de varias camionetas en las que se adaptadas varios parlantes de los grandes. Desde allí se escuchan las voces de los organizadores que les indican a la personas qué hacer.
“Contra la discriminación y la marginalidad”, dice la voz masculina de los parlantes, “los chocoanos hoy lanzamos un grito de dignidad”, responden los que van atrás.
Poco a poco este rio de gente va creciendo, “hacía rato no veía tanta gente en las calles de este pueblo, nisiquiera el día de la Yesquita o de la Yescagrande, que son las barrios que más jalan en las fiestas de San Pacho”, dice un señor con cara de asombro.
Mientras tanto, en los balcones de las casas y edificios se ondea la bandera del Chocó con su verde, amarillo y azul característicos; la de Colombia, en cambio, brilla por su ausencia. Me es inevitable pensar que hasta en este detalle puede verse el éxito de la convocatoria.
Días antes por las emisoras, los periodistas y los organizadores de la movilización repetían reiteradamente la forma como esperaban que las personas manifestaran su apoyo a esta noble causa, hoy 20 de julio de 2016, y una de esas peticiones fue precisamente exhibir con orgullo la bandera del Chocó y dejar guardada la de Colombia en señal de protesta por la indeferencia del gobierno nacional frente a las necesidades Chocó.
Cuando la marcha va llegando al puente de García Gómez, un señor jubilado de la Policía pasa corriendo al lado mío, bañado en sudor de tanto correr, tratando de alcanzar a sus demás compañeros que van más adelante. Lleva en la mano derecha su bandera y en la mano izquierda varias bolsas de agua. Alguien intenta detenerlo, pero él sigue su camino, “Hablamos luego manito, que hoy el grito de independencia es por El Chocó”, y sigue adelante sin dejarse distraer en su objetivo. Escanea las cabezas de la gente, para ver si encuentra a sus amigos, se ve algo ansioso y perdido.
Más adelante, por la calle principal del barrio Medrano algo me llama poderosamente la atención: una mujer de unos ochenta años que saluda a la multitud desde el andén de su casa como si fuera la Reina de Inglaterra. Tiene un pijama amarillo, el cabello colmado de canas y muestra su mejor sonrisa al saludar, mirando a todos y a nadie al mismo tiempo.
Su sonrisa y su lenguaje corporal son espléndidos, indican que se siente identificada con los marchantes y que desearía estar allí adentro, si su avanzada edad y los achaques no se lo impidieran. Ella representa el deseo de tantas generaciones de chocoanos que pese a las adversidades creen que un mejor futuro para esta tierra sí es posible, y levantan su frente con orgullo y sonríen con franqueza.
Familias enteras, padres, hijos, nietos, abuelos, jóvenes, mujeres, ciudadanas y ciudadanos colombianos nacidos en el Chocó, y otros que han llegado y sienten esta tierra como propia, gritan al unísono que el “pueblo unido jamás será vencido”, lo hacen con carácter, de manera pacífica y determinada, mientras en otras ciudades de Colombia asisten a las tradicionales paradas militares.
Los marchantes saben que eso que tanto anhelan pueden lograrlo estando unidos, por eso dan cada paso seguros. Sus espíritus van en armonía y danzan en la misma sintonía, con cada arenga alimentan su autoestima colectiva y su visión de futuro se hace más tangible.
En el cielo se levantan drones que registran lo que aquí se vive; al igual que se ven fotógrafos aficionados y profesionales captando las imágenes de este momento, para luego contarle al mundo que los chocoanos despertaron, que conocen su poder y que están en pie de lucha por sus derechos.
En este recorrido que ha durado varias horas no hay cansancio, no hay tedio. Cuando la multitud pasa por el semáforo del Jardín ya el sol está quemando, pero ella le responde con alegría y gozo, como ocurre en el momento de mayor fervor al interior de una iglesia evangélica.
Un grupo de Estudiantes de la Normal de Quibdó gritan sus propias arengas, “chocoano que no protesta, chocoano sinvergüenza”, lo hacen una y otra vez mirando a los que ven desde aceras y balcones. Al cabo de un tiempo, y para erizar la piel de este periodista, entonan las notas del himno de la institución, y es inevitable cantar con ellos y sentir esa sensación de plenitud difícil de describir, pero que se siente a escuchar el himno del colegio donde se vivieron momentos llenos de felicidad.
Son las 11:55 a.m. y el recorrido está cerca de finalizar. Estamos a tres cuadras del Parque Manuel Mosquera y muchos ya se han retirado a sus casas; pero sea que se hayan ido ya, o que vayan a llegar hasta el lugar donde el recorrido empezó, es fácil predecir que todos los que hicieron parte de esto hoy en la capital de los chocoanos se irán a sus hogares con la satisfacción del deber cumplido.
Para este momento, aunque me le he perdido varias veces a mi madre por estar tomando fotos y hablando con la gente, ella no me pierde de vista. Ya es hora de irnos, entonces me acerco hasta donde está ella para buscar el camino de regreso a casa. Nos desviamos por la carrera tercera para ir a buscar la moto que dejamos en un parqueadero cercano.
“Que viva el Chocó, que viva, que viva, que viva“, escucho que gritan a lo lejos, como si esto quisiera continuar.